Dejé de escribir textos de opinión en esta bitácora por dos
razones: 1) porque mi cuenta de Google está intervenida desde años atrás y esta
censura alcanza a las otras redes sociales; 2) y porque no me sentí capaz de
pensar críticamente y escribir con honestidad sobre lo que pensaba. En otras
palabras, me dio miedo opinar acerca del recién electo presidente Donald
Trump y los reportes sobre su salud mental.
Mi experiencia como blogger ha sido terrible durante los
belicosos años de W. Bush, en lo personal tanto como en lo profesional. Con
Barack Obama en la presidencia de los Estados Unidos se pudo sentir un alivio;
la presión psicológica y la paranoia de Estado pasaron a convertirse en un
ambiente distendido y risueño de tolerancia a la crítica y actitud de respeto hacia
la comunidad internacional. Distención, sentido del humor, tolerancia,
inteligencia y respeto son las cosas que el primer presidente afroamericano de
la historia supo desplegar con buen sentido y caballerosidad. Aunque haya
quienes dicen haber sido engañados por Obama con otras formas de guerra y
esclavismo, lo importante es que el buscado choque
civilizatorio y las guerras entre
religiones que los extremistas de ambos lados ansiaban parecían haber sido conjurados.
Para mí resultaba evidente que la buena comunicación se terminaba con Donald
Trump en la presidencia. Con el nuevo hombre de la Casa Blanca sólo tenía malos
presentimientos y preferí seguir la conseja popular: Si no tienes buenas cosas que decir, lo inteligente es callar.
La manera accidentada y dudosa de la victoria electoral de
Trump sobre la favorita Hillary Clinton anunciaba una época turbulenta e
impredecible para el mundo. Nada estaba claro y todo se hallaba confuso: mi
país en manos del narcotráfico y de políticos inescrupulosos dispuestos a
aventurarse en una dictadura; China se había consolidado como la nueva potencia
emergente y sabíamos muy poco acerca de sus códigos y comportamiento; la
relación idílica entre Trump y Putin era algo más que gratitud y complicidad de
nuevos socios. Convenía, urgía cerrar la boca y quedarse callado. Sabía que si
sobrevivíamos, terminaríamos contando los días, las horas y los minutos del
final del túnel.
La sensación de ser perseguido y controlado en Internet puede
ser muy frustrante. Como investigador en red ya no me era posible navegar
libremente porque los algoritmos decidían en mi lugar y aquel menú parecía elaborado
por un extraño interesado en otro tema. Me encontraba frente a la realidad del
dominio totalitario de las grandes corporaciones y la vigilancia permanente que
El Gran Hermano ejerce sobre los ciudadanos luego del 9/11. Hasta hoy no deja
de ser coercitiva para mí la sensación de tener sobre las espaldas a alguien que cree saber mejor que yo lo
que quiero, lo que necesito o lo que me conviene. Así sea el Papa y su corte de
cardenales, se trata del mismo acto ilegal que comete la mafia italiana al
secuestrar a un ciudadano. Sin derechos ni privacidad ni vida personal, hay
demasiados hombres invisibles a los que se persigue y destruye hoy en día
quitándole trabajo, familia e identidad. Creo que esta nueva realidad virtual de
la comunicación humana fue aprovechada políticamente y explotada hasta los
extremos del abuso por el presidente
twitero Donald Trump. Las fake news
o los “hechos alternativos” se pusieron de moda no sólo entre sus incondicionales;
atravesaron fronteras y llegaron hasta nuestro país con Evo Morales y su
ejército de activistas a sueldo. ¿Qué había sucedido? ¿Era así de pequeño el
mundo de la globalización neoliberal? Si la victoria de Donald Trump sobre
Hillary Clinton había sido recibida con fiestas y guirnaldas de coca en toda la
región productora de cocaína de Chapare, ¿por qué razón Evo Morales y Álvaro
García Linera machacaban nuestros oídos con las mismas injurias e improperios
hacia los Estados Unidos y el imperialismo? La esquizofrenia del poder los
llevaba a saludar al nuevo presidente capitalista-imperialista y festejar su
triunfo como si de una victoria personal se tratara. ¿Por qué razón? Mal
pensado que soy, se me ocurrió sospechar que en realidad se trataba de la supremacía
de Vladimir Putin lo que estaban celebrando, no la victoria de Donald Trump; la
presidencia del acaudalado millonario capitalista era la demostración de la
supremacía tecnológica de los piratas informáticos rusos sobre la odiada democracia
liberal estadunidense y sus ciudadanos. Tampoco sospechábamos de lo que eran
capaz de hacer los think tanks ni las
empresas opacas de servicios de inteligencia tipo Analitical Cambridge.
La voz colectiva de las redes sociales puede ser sabia a
veces. La irracionalidad del político conservador, el pensamiento mágico del
fundamentalismo religioso nos habían revelado a un emperador incendiario
semejante a Nerón en Irak; con Donald Trump parecía que el Partido Republicano
finalmente tendría su propia versión de Calígula. El morbo en torno a su vida
privada fue uno de los puntos más atractivos de la política estadunidense para
el mundo. Ya se sabe: el electorado estadunidense puede olvidar una guerra con
miles de muertos y víctimas inocentes, pero no perdona una infidelidad conyugal
de sus presidentes. La política como espectáculo de circo permanente había
llegado a Washington de manos de un millonario showman. Su arribo coincidía con otros populismos de otras latitudes
y otras vertientes ideológicas y hoy los presidentes deben bailar en sus mítines
políticos o imitar el tono mesiánico de los pastores evangélicos para dar su discurso:
Mauricio Macri se reveló como un talento de la cumbia villera, Maduro se
sostiene y conserva su escasa popularidad porque a sus hambreados seguidores
les encanta cuando baila salsa, Evo contorsiona el pescuezo como serpiente para
bailar rap chicha o algo así. Ninguno de ellos intenta expresarse como senador
romano a la usanza de antes, la mayoría miente descaradamente como parte de su
trabajo y los medios se encargan de montar la escenografía con malabaristas y
saltimbanquis. Es como si la dictadura populista de Alberto Fujimori hubiese actualizado
la fórmula romana de pan y circo para
el éxito de un gobierno autoritario y Hugo Chávez hubiese sido el propagador de
la noticia por el mundo: la plebe acepta que le mientan y hasta acepta que le
tomen el pelo en nombre de nobles ideales, siempre y cuando reciba algo a
cambio, una sudadera o un kilo de arroz, la idea de un enemigo externo o la
confirmación de sus más profundos temores y prejuicios acerca del otro y la
alteridad (Dios, los mexicanos, el imperio, la soberbia nacionalista, la raza,
etc.) El sueño americano había muerto, las pesadillas de Donald Trump habían
ganado.
Lo más decepcionante para muchos y para mí fue la política de
su gobierno hacia la dictadura en Venezuela. Ronald Reagan jamás habría desaprovechado
un regalo en bandeja como lo fue la situación de crisis humanitaria de
Venezuela en manos de Nicolás Maduro para interpretar el papel de héroe y
conseguir que lo elijan presidente una segunda vez; el analfabetismo político,
la falta de memoria histórica o lo que sea hizo que Trump callara en siete
idiomas al respecto. La regla de oro de la política conservadora estadunidense
indica que el pueblo cierra filas y apoya fielmente a su presidente en
situación de guerra. ¿Por qué Donald Trump dudó, se resistió y exigió órdenes
escritas del cielo para hacer algo que Vladimir Putin había hecho sin dudar
sobre la zona de influencia de La Gran Madre Rusia? Su falta de claridad y
liderazgo nos costó a todos la democracia a Venezuela y su entrega a poderosísimas
bandas internacionales del crimen organizado por quién sabe cuánto tiempo. ¿No
tuvo confirmación militar acerca del éxito de una operación como la de Panamá
con Noriega, o no tuvo motivación económica suficiente acerca de su
participación en la Venezuela post Maduro? Lo que queda claro es que el
empresario Donald Trump siempre vio la presidencia de los Estados Unidos como
una forma de negocio personal y sus inversiones en Rusia lo colocaba en una
situación de conflicto de intereses.
Además de habernos revelado quiénes fueron los asesinos del
presidente John F. Kennedy y de haber señalado la existencia de un Estado paralelo
que funciona tras el Estado, tal vez le debamos agradecer a Donald Trump el no
haber sido un presidente sanguinario a pesar de su retórica beligerante anti
China, algo que nunca pasó de ser un discurso para consumo interno del
nacionalismo cristiano. Dividió más a los Estados Unidos y exacerbó el odio
racial de formas sutiles y abiertas, pero al final el sistema pudo controlar sus exabruptos. Quizá por eso haya que
ver en el asalto de sus seguidores al Capitolio no sólo un intento de golpe de
estado, sino la reacción violenta y desesperada contra un sistema de pesos y
contrapesos ideado para resistir los embates de políticos como él.
La democracia de los Estados Unidos aparentemente no ha
sufrido daños irreparables, sin embargo no hay que subestimar las advertencias
y las amenazas en las redes sociales de sus seguidores a favor de continuar la
revuelta iniciada y de regresar con otros ataques contra algo que consideran
más que un fraude electoral.
Falta algo más de 12 horas para que el señor Joe Biden asuma
como nuevo presidente de los Estados Unidos. El pésimo manejo de la crisis sanitaria
del covid-19 ha hecho que la ceremonia se haga sin la presencia de público y en
lugar de ello se haga frente a 400 mil banderas estadunidenses que representan
a las víctimas de la pandemia hasta la fecha. Hasta ayer permanecían las dudas
acerca de lo que sucederá durante el acto de relevo presidencial. Washington DC
es una ciudad militarizada en previsión de posibles desmanes. Tras la
presidencia de Donald Trump sabemos que el final de los Estados Unidos como
democracia hegemónica mundial no será debido a un enemigo externo sino a un gobierno
auto autodestructivo. Ya lo dije: simpatizantes y adversarios estamos contando
los días, las horas y los segundos para ver el final de esto. Tal vez podamos decir
en tono anecdótico algún día que vivimos y sobrevivimos a la presidencia de Trump,
el dinosaurio que esperaba tras el fin del sueño
americano.
Santa
Cruz de la Sierra, miércoles 20 de enero de 2021