Primero que
nada, debo aclarar que soy una persona respetuosa de las creencias religiosas
ajenas. Sin embargo, en nuestros días parece olvidarse que hay varias guerras
de religión a lo largo y ancho del mundo. Este es un hecho sobre el cual la
mayoría de los hombres contemporáneos no se han expresado en contra con la
suficiente claridad y contundencia. Jorge Luis Borges, por ejemplo, llamaba la
atención sobre las denominadas religiones del Libro (el Islam, el cristianismo
y el judaísmo) que han sido las causantes de las peores y más sanguinarias
guerras en el mundo a lo largo de la historia. La idea implícita de Borges
propone explicar el mal como un problema de lectura o interpretaciones encontradas
de un mismo texto. Si esto es así, ¿qué se debe esperar, entonces, de las demás
religiones, consideradas idólatras y ágrafas? ¿El mal de las guerras de
religión surge con las llamadas religiones del Libro? Los pueblos nómadas no
suelen buscar la conversión de sus enemigos, por ejemplo. Me parece que las
observaciones de Borges iban en el sentido de mostrar una ética humanista y un
espíritu libertario capaz de poner a los hombres a salvo de la barbarie de aquellas
mentes que no pueden tolerar el que otros individuos vivan liberados de su idea
restringida de Dios; lo que hoy llamamos la barbarie del fundamentalismo
religioso.
Debo aclarar
que el sentido de la vida de Jesús de Nazaret, como fundador del cristianismo, es
para mí inexplicable sin el redescubrimiento de la idea de política en
Occidente luego de la Guerra Fría. Como gestor del fundamentalismo talibán en
Afganistán, el gobierno conservador de Ronald Reagan es determinante para
comprender la derecha religiosa y nuestra época. A estas alturas son pocos
quienes dudan que la guerra sucia de ISIS y el rediseño geopolítico de Oriente
Medio son la culminación de un programa conservador establecido por los atentados
terroristas en Nueva York el 2001.
La teocracia
no es una idea lejana a nuestra realidad como se suponía en 1979, durante la
Revolución de los ayatolas en Irán. Este hecho se puede advertir cuando se reconoce
el estado crítico de la democracia y el regreso de las viejas teocracias en países
como Israel, Arabia Saudita, Irán, Occidente y la periferia de Occidente (Latinoamérica).
De pronto, la adopción de la Biblia o
el Corán como textos científicos o
como remplazo del Derecho Romano y fuente de todo derecho no suena tan lejano e
inimaginable. La lapidación de mujeres adúlteras en plaza pública, el azote de
los jóvenes o la inculpación de las mujeres violadas no suenan tan alejados de
los sermones del fundador del Opus Dei, San José María Balaguer y su tesis de
que las mujeres son la herramienta de una conspiración diabólica en contra de
los varones y la salvación eterna de sus almas.
La
existencia de un fenómeno globalizado de las extremas derechas en Estados
Unidos, Israel, Europa y América Latina parece avanzar en el mismo sentido que
la acumulación de poder de las élites, el desarrollo acelerado de tecnologías
militares y la exacerbación de las desigualdades en la sociedad (fin del Estado
de bienestar europeo o Big Deal
estadunidense).
La primera vez
que se me ocurrió pensar en este camino
sin retorno fue a raíz del comentario de un amigo de origen judío. No sólo
entre musulmanes, sino entre cristianos y judíos se ha venido desarrollando un
conservadurismo que parece rechazar de manera irracional esta época que ha ayudado
a crear. Este conservadurismo parece reaccionar de manera negativa y contraria
al buen sentido de sus creencias religiosas, como si intentara borrar 2 mil
años de civilización para construir una sociedad autoritaria de acuerdo con la
sociedad teocrática que crucificó a Jesucristo por violar la santidad del
sábado.
Para mí resulta
evidente que existe una crisis de la democracia en los países centrales
(Estados Unidos y Europa) con tendencia a involucionar hacia el modelo teocrático
(Reino de Dios). En los Estados Unidos esta crisis de la racionalidad quedó de
manifiesto tras los atentados de Nueva York, poniendo al descubierto la fragilidad
espiritual de una colectividad sin memoria y anclada en el porvenir consumista.
Las tendencias cristianas más duras e intransigentes fueron las que se
impusieron en un primer momento, hasta que se hizo evidente que esta tendencia
judaizante estaba más relacionada con los intereses empresariales de privados
que la sana teología.
En Europa también
ha prevalecido la idea religiosa del fuego purificador y la expiación de la
carne de la Edad Media, como si el sentimiento de fin de raza que venía
padeciendo se haya encontrado con la avaricia de quienes acabaron con el Estado
de Bienestar. La Vieja Europa encontró una extraña forma de renovación moral, un
cambio de su papel pasivo y hedonista por el protagonismo de la guerra de
conquista y el ascetismo (falsa austeridad), la xenofobia y el chauvinismo. Aquel
amigo editor de poesía que me iluminara con su comentario había conocido la
experiencia de los kibutz de Israel y
hablaba luego de desengañarse de la sociedad judía, a la que calificaba amargamente
de teocracia en charreteras. Quizá de
manera más ordenada y selectiva, desde años atrás, Israel viene desarrollando
una guerra religiosa en contra de sus enemigos, quienes suelen quedarse con la fama
del fundamentalismo religioso y el terrorismo.
Nunca
pareció más pertinente el papel de teólogos y religiosos que explicaran lo que viene
sucediendo a partir del año 2001 en el campo inter religioso. En los momentos
posteriores a los ataques de las Torres Gemelas se pudo oír como pocas veces la
voz de Juan Pablo II, en clara condena a quienes habían decidido invadir Irak
en contra del derecho y la comunidad internacional: “Que la sangre de los
inocentes pese sobre sus conciencias”. Después de todo, Polonia había sido un
país que había sobrevivido a los grandes totalitarismos del siglo XX: el
fascismo alemán y el estalinismo soviético. Aunque el ala conservadora católica
ya había desempolvado su rancio anti semitismo y el establishment mediático
internacional se apuró a pasar la página, empecé a tomar más en serio a la
Iglesia católica desde entonces. Lamenté que Juan Pablo II no haya vivido unos
años más para sostener su idea.
Por otro
lado, una novia gringa que se consideraba conservadora me había enseñado la
manera artera en que acostumbran proceder los ultra conservadores de su país, los
que habían empleado la coartada de dividir a la sociedad estadunidense
imponiendo el falso debate acerca del aborto en la agenda pública. Aquella era
una artimaña ideada en contra de quienes se oponían a la guerra y tenía como
fin inmediato frenar la adhesión creciente del pueblo estadunidense a la causa
de la paz. El conservadurismo gringo de entonces (que luego daría pie al Tea
Party) había sacado de la manga el debate para evitar que el país se uniera en
contra de W. Bush, Dick Cheney y sus proyectos de destrucción y reconstrucción
de Irak. La fractura del Norte contra el Sur volvió a ser una realidad política
en Estados Unidos desde los años de la Guerra Civil. Do not mess with Texas! Con
Texas no se jode! En
Bolivia vería funcionar el mismo truco posteriormente, y por razones neoliberales.
Hacia el año
2002 yo había regresado a mi formación católica a través del entrenamiento
académico de los jesuitas en EE.UU. Mi descubrimiento del pensamiento humanista
mexicano había sido verdaderamente liberador (1991-1997 UNAM) y sin saberlo yo
era un firme convencido de la laicidad del Estado. Los Estados Unidos fue para
mí la realización de una vieja utopía americana: la separación entre Iglesia y
Estado establecida en 1776. La independencia de los Estados Unidos, su
Constitución, la lucidez de sus padres fundadores, es algo que resulta difícil
de entender en nuestros países colonizados por el franquismo medievalizante o
subdesarrollados por la corrupción de sus políticos. El Estado laico de los
Estados Unidos aún hoy corre con fama de comunismo bolchevique entre nosotros. Sin
embargo, Hernest Hemingway y la República española tienen perfecta cabida en mi
horizonte intelectual, algo que puede ser motivo de roces y tropiezos cuando
intento comunicarme con amigos de ideas afines o con mis compañeros de generación
en Bolivia. Ni Evo ni García Linera ni la izquierda de tradición estalinista ni
la derecha de raíces fascistas bolivianas acaban de comprender el significado
histórico de los Estados Unidos, o de la Revolución mexicana o de la Guerra
Civil española y el Estado laico. Le elección de Barack Obama como presidente
de los Estados Unidos o de un irakí como alcalde de Londres nos enseña que a
pesar de los ataques y las limitaciones, la laicidad del Estado es el espacio privilegiado
que tenemos para relacionarnos en medio de la confusión de lenguas. Uno se
pregunta si sobrevivirá a los ataques de la extrema derecha en Israel o de los
sectores conservadores de la Iglesia católica o lo que queda del Tea Party en
Estados Unidos.
Hay pocas situaciones
más conflictivas que identificarse como católico y de izquierda. Basta llamar
un poco la atención para que caiga sobre uno toda suerte de maldiciones. Dicen
que la primera mentira del Diablo es hacer creer que no existe. En una época en
que los niños se divierten jugando a la GBI y las legionarias de María son
versadas en la teoría de Guerras de Cuarta Generación, uno corre el riesgo de
quedar como un tonto a cada paso. Sin embargo, no queda otra que negarnos a ser
amaestrados por las cofradías o por sus pastores a sueldo. Siempre nos queda el
recurso de declararnos ecuménicos o algo
peor. “A Dios gracias soy ateo” era la frase de Luis Buñuel para estos
casos.
Santa Cruz de la Sierra, 31 de mayo de 2016
Franklin Farell Ortiz
Magister en artes por Saint Louis University