martes, 31 de mayo de 2016

Las teocracias de hoy



Primero que nada, debo aclarar que soy una persona respetuosa de las creencias religiosas ajenas. Sin embargo, en nuestros días parece olvidarse que hay varias guerras de religión a lo largo y ancho del mundo. Este es un hecho sobre el cual la mayoría de los hombres contemporáneos no se han expresado en contra con la suficiente claridad y contundencia. Jorge Luis Borges, por ejemplo, llamaba la atención sobre las denominadas religiones del Libro (el Islam, el cristianismo y el judaísmo) que han sido las causantes de las peores y más sanguinarias guerras en el mundo a lo largo de la historia. La idea implícita de Borges propone explicar el mal como un problema de lectura o interpretaciones encontradas de un mismo texto. Si esto es así, ¿qué se debe esperar, entonces, de las demás religiones, consideradas idólatras y ágrafas? ¿El mal de las guerras de religión surge con las llamadas religiones del Libro? Los pueblos nómadas no suelen buscar la conversión de sus enemigos, por ejemplo. Me parece que las observaciones de Borges iban en el sentido de mostrar una ética humanista y un espíritu libertario capaz de poner a los hombres a salvo de la barbarie de aquellas mentes que no pueden tolerar el que otros individuos vivan liberados de su idea restringida de Dios; lo que hoy llamamos la barbarie del fundamentalismo religioso.

Debo aclarar que el sentido de la vida de Jesús de Nazaret, como fundador del cristianismo, es para mí inexplicable sin el redescubrimiento de la idea de política en Occidente luego de la Guerra Fría. Como gestor del fundamentalismo talibán en Afganistán, el gobierno conservador de Ronald Reagan es determinante para comprender la derecha religiosa y nuestra época. A estas alturas son pocos quienes dudan que la guerra sucia de ISIS y el rediseño geopolítico de Oriente Medio son la culminación de un programa conservador establecido por los atentados terroristas en Nueva York el 2001. 

La teocracia no es una idea lejana a nuestra realidad como se suponía en 1979, durante la Revolución de los ayatolas en Irán. Este hecho se puede advertir cuando se reconoce el estado crítico de la democracia y el regreso de las viejas teocracias en países como Israel, Arabia Saudita, Irán, Occidente y la periferia de Occidente (Latinoamérica). De pronto, la adopción de la Biblia o el Corán como textos científicos o como remplazo del Derecho Romano y fuente de todo derecho no suena tan lejano e inimaginable. La lapidación de mujeres adúlteras en plaza pública, el azote de los jóvenes o la inculpación de las mujeres violadas no suenan tan alejados de los sermones del fundador del Opus Dei, San José María Balaguer y su tesis de que las mujeres son la herramienta de una conspiración diabólica en contra de los varones y la salvación eterna de sus almas. 

La existencia de un fenómeno globalizado de las extremas derechas en Estados Unidos, Israel, Europa y América Latina parece avanzar en el mismo sentido que la acumulación de poder de las élites, el desarrollo acelerado de tecnologías militares y la exacerbación de las desigualdades en la sociedad (fin del Estado de bienestar europeo o Big Deal estadunidense). 

La primera vez que se me ocurrió pensar en este camino sin retorno fue a raíz del comentario de un amigo de origen judío. No sólo entre musulmanes, sino entre cristianos y judíos se ha venido desarrollando un conservadurismo que parece rechazar de manera irracional esta época que ha ayudado a crear. Este conservadurismo parece reaccionar de manera negativa y contraria al buen sentido de sus creencias religiosas, como si intentara borrar 2 mil años de civilización para construir una sociedad autoritaria de acuerdo con la sociedad teocrática que crucificó a Jesucristo por violar la santidad del sábado. 

Para mí resulta evidente que existe una crisis de la democracia en los países centrales (Estados Unidos y Europa) con tendencia a involucionar hacia el modelo teocrático (Reino de Dios). En los Estados Unidos esta crisis de la racionalidad quedó de manifiesto tras los atentados de Nueva York, poniendo al descubierto la fragilidad espiritual de una colectividad sin memoria y anclada en el porvenir consumista. Las tendencias cristianas más duras e intransigentes fueron las que se impusieron en un primer momento, hasta que se hizo evidente que esta tendencia judaizante estaba más relacionada con los intereses empresariales de privados que la sana teología.
En Europa también ha prevalecido la idea religiosa del fuego purificador y la expiación de la carne de la Edad Media, como si el sentimiento de fin de raza que venía padeciendo se haya encontrado con la avaricia de quienes acabaron con el Estado de Bienestar. La Vieja Europa encontró una extraña forma de renovación moral, un cambio de su papel pasivo y hedonista por el protagonismo de la guerra de conquista y el ascetismo (falsa austeridad), la xenofobia y el chauvinismo. Aquel amigo editor de poesía que me iluminara con su comentario había conocido la experiencia de los kibutz de Israel y hablaba luego de desengañarse de la sociedad judía, a la que calificaba amargamente de teocracia en charreteras. Quizá de manera más ordenada y selectiva, desde años atrás, Israel viene desarrollando una guerra religiosa en contra de sus enemigos, quienes suelen quedarse con la fama del fundamentalismo religioso y el terrorismo.

Nunca pareció más pertinente el papel de teólogos y religiosos que explicaran lo que viene sucediendo a partir del año 2001 en el campo inter religioso. En los momentos posteriores a los ataques de las Torres Gemelas se pudo oír como pocas veces la voz de Juan Pablo II, en clara condena a quienes habían decidido invadir Irak en contra del derecho y la comunidad internacional: “Que la sangre de los inocentes pese sobre sus conciencias”. Después de todo, Polonia había sido un país que había sobrevivido a los grandes totalitarismos del siglo XX: el fascismo alemán y el estalinismo soviético. Aunque el ala conservadora católica ya había desempolvado su rancio anti semitismo y el establishment mediático internacional se apuró a pasar la página, empecé a tomar más en serio a la Iglesia católica desde entonces. Lamenté que Juan Pablo II no haya vivido unos años más para sostener su idea. 

Por otro lado, una novia gringa que se consideraba conservadora me había enseñado la manera artera en que acostumbran proceder los ultra conservadores de su país, los que habían empleado la coartada de dividir a la sociedad estadunidense imponiendo el falso debate acerca del aborto en la agenda pública. Aquella era una artimaña ideada en contra de quienes se oponían a la guerra y tenía como fin inmediato frenar la adhesión creciente del pueblo estadunidense a la causa de la paz. El conservadurismo gringo de entonces (que luego daría pie al Tea Party) había sacado de la manga el debate para evitar que el país se uniera en contra de W. Bush, Dick Cheney y sus proyectos de destrucción y reconstrucción de Irak. La fractura del Norte contra el Sur volvió a ser una realidad política en Estados Unidos desde los años de la Guerra Civil. Do not mess with Texas! Con Texas no se jode! En Bolivia vería funcionar el mismo truco posteriormente, y por razones neoliberales.

Hacia el año 2002 yo había regresado a mi formación católica a través del entrenamiento académico de los jesuitas en EE.UU. Mi descubrimiento del pensamiento humanista mexicano había sido verdaderamente liberador (1991-1997 UNAM) y sin saberlo yo era un firme convencido de la laicidad del Estado. Los Estados Unidos fue para mí la realización de una vieja utopía americana: la separación entre Iglesia y Estado establecida en 1776. La independencia de los Estados Unidos, su Constitución, la lucidez de sus padres fundadores, es algo que resulta difícil de entender en nuestros países colonizados por el franquismo medievalizante o subdesarrollados por la corrupción de sus políticos. El Estado laico de los Estados Unidos aún hoy corre con fama de comunismo bolchevique entre nosotros. Sin embargo, Hernest Hemingway y la República española tienen perfecta cabida en mi horizonte intelectual, algo que puede ser motivo de roces y tropiezos cuando intento comunicarme con amigos de ideas afines o con mis compañeros de generación en Bolivia. Ni Evo ni García Linera ni la izquierda de tradición estalinista ni la derecha de raíces fascistas bolivianas acaban de comprender el significado histórico de los Estados Unidos, o de la Revolución mexicana o de la Guerra Civil española y el Estado laico. Le elección de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos o de un irakí como alcalde de Londres nos enseña que a pesar de los ataques y las limitaciones, la laicidad del Estado es el espacio privilegiado que tenemos para relacionarnos en medio de la confusión de lenguas. Uno se pregunta si sobrevivirá a los ataques de la extrema derecha en Israel o de los sectores conservadores de la Iglesia católica o lo que queda del Tea Party en Estados Unidos. 

Hay pocas situaciones más conflictivas que identificarse como católico y de izquierda. Basta llamar un poco la atención para que caiga sobre uno toda suerte de maldiciones. Dicen que la primera mentira del Diablo es hacer creer que no existe. En una época en que los niños se divierten jugando a la GBI y las legionarias de María son versadas en la teoría de Guerras de Cuarta Generación, uno corre el riesgo de quedar como un tonto a cada paso. Sin embargo, no queda otra que negarnos a ser amaestrados por las cofradías o por sus pastores a sueldo. Siempre nos queda el recurso de declararnos ecuménicos o algo peor. “A Dios gracias soy ateo” era la frase de Luis Buñuel para estos casos. 

Santa Cruz de la Sierra, 31 de mayo de 2016

Franklin Farell Ortiz
Magister en artes por Saint Louis University

No hay comentarios:

Publicar un comentario